Intervención del Rector Universidad Tecnológica de Pereira en Ibagué
Viernes, 5 de septiembre de 2008
Se dice que estamos en la era de la información y del conocimiento, esto ya es un lugar común; sin embargo, como afirma Manuel Castells, todas las épocas han sido épocas de información y conocimiento, la humanidad siempre ha estado produciendo información y conocimiento; lo nuevo de esta época es la velocidad con la que ellos se producen, a tal punto que hoy en día los seres humanos, de manera individual, son incapaces de abarcarlos y menos aún de seguir la huella que el conjunto de ellos va dejando.
Los cambios que antes requerían centurias, ahora se dan en décadas: la aceleración de la historia, es una realidad apabullante.
El paradigma no es el enciclopedismo y la erudición; lo nuevo del saber no es acumularlo, es más bien saber acceder al conocimiento y a la información, saber buscarlos y usarlos.
La diferencia, también está en la rapidez con que se difunde la información; antes, la información estaba consignada en espacios cerrados, era limitada en su acceso; hoy en día, disponer de la información es un privilegio relativo. Las redes y el Internet están al alcance de un mayor número de personas todos los días y el crecimiento de la conectividad y la banda ancha es exponencial.
La educación ni es capaz, ni puede pretender abarcarlo todo; los estudios deben ser generalistas enseñando lo básico, lo fundamental. La especialización debe ser vertical. Las especializaciones, las maestrías, los doctorados deben apuntar hacia la especialidad.
Los currículos en pregrado deben atender a lo básico. Es imposible rellenar los programas con el nuevo conocimiento que aparece; o abrir un programa académico diferente cada vez que el conocimiento se especializa.
Los currículos con contenidos atiborrados no producen sino desencanto y frustración, es preferible saber unas pocas cosas muy básicas que llenarse la cabeza con asuntos que se olvidan y jamás se utilizan.
En física se deben enseñar las leyes fundamentales, dejar poco espacio a las florituras y al lucimiento innecesario de los docentes.
En matemáticas, se deben saber los razonamientos matemáticos y los procedimientos, no los artificios; nos volvimos fanáticos de la estratagema, del rebusque. Ello ha cerrado puertas a mucha gente, y alejado a mucha otra de ciertas disciplinas que requieren fundamentación matemática.
Los contenidos deben asociarse más a lo fundamental que a lo casuístico o accesorio.
Hay que buscar la trasdiciplinariedad, es decir, el diálogo entre las disciplinas, antes que encerrarse en disciplinas cerradas, compartimentadas. Las asignaturas opcionales deben ser tan diversas que le permitan a los estudiantes de uno u otro programa moverse a lo largo y ancho de los campos disciplinares.
De otro lado, este mundo acelerado, que cambia los referentes entre generaciones, que derrumba muros y barreras ideológicas sin piedad, requiere de seres humanos capaces de asimilar y promover los cambios. La clave del progreso colectivo e individual está en ello.
La juventud está obligada a ser pro activa, a poner contra la pared lo viejo sobre la base de presionar los cambios, no sobre la base de contenerlos.
Cuando las transformaciones en la sociedad duraban centenares de años, se podía ser exitoso asumiendo una posición reactiva; hoy por hoy, es un suicidio. De una generación a otra los cambios son ostensibles.
Son muchas las cosas que han cambiado en unos cuantos años; veamos algunos contrastes:
En el mundo Universitario, antes pensábamos en pedirle recursos al Estado como única vía de financiación; hoy pensamos en buscar recursos propios, en facturar y aunque sobreviven algunas actitudes facilistas son apenas consignas hueras que van en contravía de las tendencias mundiales. Esto no implica por supuesto eximir al Estado de su responsabilidad con la población vulnerable.
Antes, pensábamos en aumentar los cupos para avanzar en cobertura como lo fundamental, ahora descubrimos que la deserción es la clave.
Antes, pensábamos en lo socioeconómico como el causante de la deserción; hoy, pensamos en la adaptación al medio universitario, en la salud mental, en el desencuentro con las carreras, en la articulación con los niveles precedentes.
Antes, pensábamos en los contenidos, le rendíamos un culto desbordado al conocimiento en sí; hoy, pensamos en las competencias, en el saber hacer. Competencias que además son dinámicas todos los días aparecen nuevas habilidades que es necesario poseer.
Antes, teníamos un concepto unitario de inteligencia, hoy, sabemos que hay varias inteligencias y que la emocional y la actitudinal tienen un peso muy grande en el desempeño de las personas.
Antes, pensábamos en la productividad como paradigma de eficiencia; hoy, pensamos en el cliente y en lo social como condición ineludible.
Antes, pensábamos en lo local, en lo regional; hoy, estamos obligados a pensar en lo global.
Antes, la segunda lengua era una excentricidad, un atributo diferenciador para las élites; hoy, es una necesidad general que se vuelve meta de los sistemas educativos.
Antes, la presencialidad era considerada requisito de una oferta de calidad; hoy, la virtualidad se volvió natural y complementaria para una buena oferta de calidad. Es más, aprendimos a diferenciar entre el significado de lo virtual que para nosotros era lo irreal, lo imaginario, lo fatuo.
Antes, los diplomas, los títulos eran suficientes; hoy, hay que certificar los saberes y con vigencia limitada. Las actualizaciones o recertificaciones son absolutamente indispensables.
Antes, teníamos modelos de desarrollo alternativos al capitalismo, para algunos el socialismo era la solución; hoy, ninguno de los dos es solución. El mundo entero busca nuevos esquemas de organización social y productiva. No hay recetas únicas.
Antes, las utilidades de las empresas lo definían todo en el mundo empresarial; hoy, la responsabilidad social y la sostenibilidad ambiental se vuelven referentes fundamentales.
Antes, lo que pasaba en China nos tenía sin cuidado o nos preocupaba sólo por razones ideológicas; hoy, nos afecta profundamente. Los precios del petróleo, del acero y del cemento se volvieron chino-dependientes.
En esencia, todo se está moviendo; los puntos de referencia no son los mismos ni están en el mismo sitio. Por lo tanto las viejas soluciones ya no encajan en los nuevos desafíos.
Frente a esta nueva realidad, atributo de los tiempos actuales, es imperioso promover nuevas expresiones de liderazgo capaces de entender y aprovechar las nuevas dinámicas sociales.
El cambio es multifacético e integral; actúa en todas las direcciones y dimensiones de la existencia; abordarlo en su inmensidad nos potencia, nos hace fuertes y promisorios. Necesitamos ser fanáticos del cambio y no del conservadurismo a ultranza.
Todo está en construcción, nada es definitivo, ni está concluido.
Las Leyes, las normas, los códigos, los procedimientos, los sistemas, las fórmulas, los rituales, los conceptos; están en permanente movimiento. El único casamiento verdadero es con el cambio; otros, pueden llamarlo el mejoramiento continuo.
La pedagogía tiene que cambiar; los ritmos son diferentes y los educandos vienen con nuevas habilidades: la era de lo digital, de lo interactivo. Un poema, hoy en día no es suficiente para capturar la atención de un muchacho del común; se requiere de mayor imaginación.
Todo el mundo es susceptible de aprender, depende del método. Hasta los animales lo logran.
Los educadores deben ser maestros en el sentido más amplio de la palabra; deben ser maestros de vida y acompañar a los educandos en todas sus facetas. Los jóvenes de hoy padecen el ensimismamiento provocado por las culturas emergentes, asociadas a la imagen, los video-juegos, la interactividad, los realities, etc.
Un nuevo tipo de docente es necesario para un nuevo tipo de estudiante. Hay que llevar la revolución al aula. El docente no solamente debe enseñar un contenido disciplinar, debe enseñar a caminar en la vida. El docente, debe ser un tutor, que vele por el desarrollo de la persona a su cargo, no desde la distancia de un estrado, sino junto a él como su compañero.
Lo curricular es importante, pero no es lo esencial, lo extracurricular es clave para la vida del estudiante.
Involucrarse en actividades sociales, participar en organizaciones, formular y liderar proyectos, desarrollar habilidades que serán determinantes para el futuro. Todo ello cuenta a la hora de moldear un profesional.
El estudiante de las mejores calificaciones, a veces no coincide con el más exitoso en el mundo laboral; ello cuenta, pero hace falta más.
Hay valores en el mundo del trabajo que le agregan un gran valor al desempeño laboral de las personas; me atrevo a mencionar algunos heredados de mi experiencia:
Mantener la boca cerrada y respetar las jerarquías directivas. No estoy hablando de nomenclaturas ni de autoritarismo, me refiero al concepto de responsabilidad organizacional.
Nadie sabe los daños que puede provocar una opinión imprudente para el futuro de una persona. He visto caer a mucha gente de encumbradas posiciones por decir lo que no debe.
Nada es más difícil que recoger lo mal dicho.
Nada rueda más fácil que un chisme y nada encoleriza más que ser víctima de la deslealtad. Nada enamora más que un ser leal.
Mantenerse en su puesto, no tratar de aparecer mejor que su superior jerárquico; se puede ser mejor, pero no sobrepasarse en demostrarlo. No despertar el recelo; más bien la confianza.
En la vida existen las compensaciones: a uno le llega el turno cuando le debe llegar. Por mucho madrugar no amanece más temprano. La lealtad nunca será un bien en desuso.
Ponerse en lugar del otro y ser capaz de oír. Los seres humanos somos imperfectos, no homogéneos. Otros ven lo que no vemos. Saber escuchar, desarmarse para escuchar al otro, siempre será una oportunidad en vez de una amenaza.
Hay que darle opción a la complejidad, nos enseñamos a vivir de silogismos; si A entonces B, y resulta que eso no es tan cierto, hay emergencias a partir de simultaneidades. Hay que dudar de lo obvio.
Como lo enseña Edgar Morín, lo único seguro es lo inseguro. Hay que estar preparado para lo inesperado y aceptarlo como una ley de la vida. Por donde menos se piensa salta la liebre, lo importante es no derrumbarnos, ni auto culparnos. Hay que afrontar la sorpresa como algo natural y aprender de ella. El caos era visto como sinónimo de deficiencia, de error; hoy es visto como el camino de la innovación, del cambio, de nuevas soluciones.
Aprender a confiar en los demás; soltar la cuerda, dejar hacer y no pretender coparlo todo. Ah, y lo más importante, tomar riesgos. Sin riesgos no hay paraíso. Hay que darles oportunidades a los demás de mostrar su capacidad. Si mis subalternos son buenos y se lucen, también yo me luzco.
Focalizarse en lo grueso, dejar la menuda a los demás. Centrar la acción en dos o tres proyectos transformadores y no desampararlos sin perjuicio de las demás responsabilidades.
Rodearse de gente buena; tan buena o mejor que uno mismo. Separar lo personal de lo laboral, no seleccionar el equipo de trabajo por razones diferentes a la idoneidad. No hay nada más inconveniente que entregar una responsabilidad por compromiso o por solidaridad. Lo que empieza mal, siempre termina mal.
Evadir el chisme, y la participación en combos. Las tensiones, las diferencias y los intereses, son inevitables en las organizaciones; el ejecutivo debe estar por encima del bien y del mal. Procurar por no dejarse involucrar; hacer oídos sordos al chisme y desautorizarlo.
Mantenerse informado, usar los sentidos de los demás. Estar alerta a lo que ocurre más allá de uno, que es diferente a recibir chismes. Hay que intervenir oportunamente.
Respetar las jerarquías directivas inferiores; los pájaros no pueden tirarle a las escopetas. Excepto, que haya razones muy fundadas y demostradas, el superior tiene la razón. La primera oportunidad siempre la debe tener el superior, no el subalterno. Hay que generar confianza hacia abajo.
Los seres humanos somos sensibles al elogio, no podemos ser mezquinos con él. Los reconocimientos enamoran, crean autoestima y compromiso con la Institución. Son un mecanismo creado por la sociedad desde tiempos inmemoriales, hay que contar con ellos.
Igualmente nada hiere más que atacar a las personas en su dignidad.
No descalificar a las personas, ir a las ideas y no a la moral de las personas, hacer eco de aquella invitación a ser duro con los argumentos y suave con las personas; la moral se practica más que se predica.
Recuerden que no hay verdades absolutas y lo que hoy es, o parece ser, mañana no es.
Recordar que la gente puede cambiar y que el que se equivoca tiene el derecho a corregir. Témanle a los que se especializan en vetar a las personas y hacen de ello el evangelio principal. La vida le da a uno muchas lecciones.
Trabajar con pasión, amor, entrega y solidaridad, pensando en grandes cosas para la gente y la sociedad y no solo para el ego.
Es fundamental huirle a los fanatismos y a las polarizaciones; los extremos generan extremos; el fanatismo y especialmente el político producen cegueras insuperables, nos aprisiona en nuestra diminuta verdad; no nos deja ver el bosque. En esto quizás sea sabio el Budismo; ir por la vía del medio, ser justo. No es fácil lo advierto, pero el adoptarlo como principio de vida siempre será una ganancia. Las tentaciones para abrazar los extremos son incesantes, quizás los humanos tenemos la tendencia a ellos.
Quiero aprovechar esta oportunidad para tratar tres temáticas que han estado en discusión últimamente en nuestro país y alrededor de las cuales he construido unas reflexiones que considero importantes exponer frente a este auditorio.
La primera de ellas, tiene que ver con el tema de la evaluación del aprendizaje, que actualmente se está debatiendo de manera importante en nuestro país; una temática que apunta al corazón de la acción educativa formal y que pone en perspectiva la manera como se adquiere el conocimiento y como él se transfiere y se valida frente a la sociedad.
Estamos acostumbrados a concebir el aprendizaje como el resultado de los conocimientos acumulados más una cierta destreza para razonar; poco o casi nada le dejamos a la esfera de lo práctico, de lo intuitivo, de lo biológico, de lo oculto a los ojos.
Concebimos la formación de manera reduccionista, como la elaboración de un objeto sólido que necesita fundamentos a la manera de una construcción, imaginando que hay que ir agregando capas como hileras de ladrillos, de manera lineal y secuencial, y nos asombra que pueda llegarse a altos niveles de conocimiento sin que se atienda a este modelo ordenado. No nos cabe en la cabeza la simultaneidad, o la vía inversa de aprender.
Poco caso hacemos de los ejemplos que nos ofrece la realidad cotidiana, abrumándonos de ejemplos, de seres humanos que alcanzan elevados niveles de conocimiento sin el rigor de los currículos y muchas veces contra el rigor de los currículos.
Las universidades quizás sin pensarlo mucho, han hecho uso de los honoris causa para legitimar lo que la sociedad ya ha hecho de sobra, reconocer la idoneidad intelectual y profesional de los llamados autodidactas.
En los últimos años han aparecido nuevos enfoques sobre la adquisición de conocimientos y sobre el mismo intelecto.
Ya es lugar común hablar de inteligencias múltiples y de procesos meta cognitivos complejos que le reconocen al subconsciente un rol, incluso central, en términos de la capacidad de aprender. Es posible que resulte más importante enseñar el amor por la ciencia que los contenidos científicos en particular.
La neurolingüística, una disciplina que estudia los mecanismos del cerebro humano que posibilitan la comprensión, producción y conocimiento del lenguaje, ya sea hablado, escrito o con signos, empieza a ser considerada como una ciencia fundamental en los procesos del aprendizaje.
Lo audiovisual emerge como un iceberg, cada vez copando más los espacios de comunicación, y por ende capturando más los procesos mentales.
La digitalización de la información y su acumulación en poderosas redes con acceso abierto a través del Internet, desplazan el valor del docente como proveedor de información, privilegiando el aprendizaje autónomo.
El advenimiento de la televisión digital y sus potencialidades interactivas, la educación creciente a través de las redes; en fin, las nuevas mediaciones para generar aprendizajes, exceden lo conocido.
El desarrollo de poderosos artefactos portables que permiten la comunicación audiovisual a cualquier nivel, desafía la imaginación. El aula de clase se ve conmocionada en su concepción clásica.
Permítanme amontonar esta seguidilla de nuevos hechos, conceptos y enfoques para hacer evidente la necesidad de re-examinar los asuntos del aprendizaje y su evaluación, en términos de nuevos paradigmas que tomen en cuenta el progreso del conocimiento humano.
Es imperativo hacer un llamado a la reflexión de quienes participan como actores en los procesos pedagógicos.
No creo de otra parte, que sea válido hoy en día apertrecharse en la tradición para evadir la necesidad imperiosa de buscar nuevos caminos y alternativas para enfrentar la educación y la evaluación.
El trabajo con la mente humana no puede administrarse con rigidez; su propia complejidad invita a la exploración.
Nadie nos va a entregar la alquimia que produzca las obligadas mutaciones que apenas como ley natural son imprescindibles; son los mismos académicos y las instituciones los que debemos abrirnos al cambio con una mentalidad innovadora.
Debemos sintonizar la academia con las corrientes que en el mundo están re-conceptualizando las formas de hacer educación.
En esta lógica, creo que los esfuerzos que se hacen para pasar de los contenidos a las competencias no deben causar mayor asombro, lo mismo podría predicarse de los llamados ciclos propedéuticos en la formación, son nuevas formas que tienen sentido y derecho a la experiencia. Otro tanto puede decirse de la certificación y re-certificación de los aprendizajes.
Definitivamente el llamado a la erudición como paradigma del saber debe cederle el paso a aquel que centra su fortaleza en la capacidad de hacer.
El culto irreflexivo a las titulaciones debe migrar hacia la certificación de competencias, y ellas no solo se adquieren en los procesos formales de la educación; los informales y la misma práctica son fuentes indudables de aprendizaje. Además, ellas, las competencias requeridas, van variando en el tiempo, no pueden ser escritas en piedra.
Con esta introducción quiero hacer visible el nuevo contexto que enfrenta la educación y la educación superior en particular, cuyo examen invita a poner en tela de juicio todo lo que conocemos hasta hoy con relación a la educación y en particular a evaluación del aprendizaje:
¿Cómo debemos medir el aprendizaje? ¿Con qué herramientas? ¿Qué es lo importante a evaluar? ¿Debe ser un continuo, un hecho terminal, o ambos? ¿Se pierde la totalidad de un curso o la parte específica que se evalúa? ¿Son aconsejables los exámenes de suficiencia? ¿Cuándo la evaluación es satisfactoria? ¿La evaluación debe ayudar al aprendizaje o sólo tiene una función de control? ¿Cómo se vincula el saber con el saber hacer en la evaluación? ¿Debe la evaluación ser acto en frío de medición, desprovisto de consideración por el estudiante o debe considerar las circunstancias del evaluado? ¿Se evalúa el docente en la evaluación? ¿Cómo se enfrenta la evaluación en los procesos de formación virtual? ¿Cómo está incidiendo la evaluación en las altas tasas de deserción? Y ¿Qué puede hacerse desde la evaluación para ayudar a la retención de los estudiantes en el sistema?
Todas estas preguntas y muchas más son apenas interrogantes abiertos que debemos poner sobre la mesa, y tratar de encontrar respuestas a la luz de las nuevas realidades educativas.
Ya no podemos irnos por el fácil atajo, de decir que como se ha hecho ha funcionado; estamos frente a la necesidad imperiosa de replantear lo que creemos conocido, solo así estaremos honrando la función crítica que debe animar la búsqueda del conocimiento.
Sin embargo, es bueno aclarar que el universo de la evaluación sigue sin mayores variaciones en el sistema universitario en general. Las nuevas miradas y enfoques apenas empiezan a desperezarse en el horizonte.
El segundo de los temas tiene que ver con los conceptos de autonomía universitaria y gobernabilidad. En Colombia la autonomía la tenemos elevada a rango constitucional; la Constitución de 1991 le dio vida a la autonomía, y la Ley 30 que trata la autonomía, fue muy celosa de darle la posibilidad a las universidades tanto públicas como privadas de desarrollarse autónomamente.
La Ley 30 de 1992, le otorgó a los consejos superiores la facultad de aprobar sus propios estatutos y tal vez con un poco de ingenuidad y de patria boba a muchos de esos consejos superiores, los condujo a desprenderse de la autonomía a favor de las comunidades académicas, perdiendo grandes espacios de gobernabilidad.
El tema de la educación superior es muy diverso; nuestro país tiene universidades donde el rector lo eligen en forma directa las comunidades universitarias sin participación de los consejos superiores y con un período fijo, sin participación del gobierno; y otras donde las consejos superiores de manera solitaria, toman la decisión de elegir los rectores, incluso de manera indefinida y sin período. Hay pues un espectro completo de variantes en la forma de elección.
Lo mismo también se puede predicar de la elección de los decanos o de los directores de los programas o de los jefes de departamento; hay universidades donde esto se le entregó a la democracia directa y los consejos superiores no tienen la posibilidad de incidir en la determinación de estos directivos académicos y por consiguiente perdieron la gobernabilidad.
Lo que está pasando en Europa, en relación a la tendencia a recuperar gobernabilidad, a darles capacidad a los organismos directivos de las universidades, también está ocurriendo en Colombia. Lo que está sucediendo en el mundo de la educación superior, del estado y de la sociedad, es que se requiere gobernabilidad para poder ser eficientes. Hoy en día la gestión se mide con resultados y hay que entregarlos. No se pueden entregar resultados si no se tiene gobernabilidad sobre los directivos académicos de las universidades.
No es extraño encontrar universidades donde los decanos reman en dirección contraria hacia donde rema el rector; este es el pan de cada día en algunas de las universidades estatales. Ese noble ideal de entregarles la democracia directa a las comunidades con la concepción de que las universidades eran maduras, sensatas e iban a actuar en correspondencia con los altos ideales y no con la pequeña política, fracasa con mucha frecuencia.
Las comunidades reclaman democracia, pero si esa democracia no es controlada y modulada, es lamentablemente una democracia que paraliza la marcha universitaria.
Las universidades entienden la autonomía como la propiedad para los estamentos. Hemos entendido que hay que buscar equilibrios dentro del gobierno universitario, sin negar la participación, para poder alinear la marcha de las universidades y exista una coherencia en los propósitos estratégicos, misionales y de funcionamiento en las instituciones.
Lo que hay que entender en la educación superior es que la gobernabilidad es consustancial con la autonomía. Además, porque la autonomía no es para rendirle culto a un intelecto ni a las comunidades; la autonomía es para transformar, avanzar, innovar, influir la sociedad y actuar; y para actuar se necesita gobernabilidad.
Para ser autónomo se necesita también estabilidad financiera y para poder resolver los problemas financieros se necesita ser creativo y tener una política de estado que respalde financieramente a las universidades tanto públicas como privadas. En el mundo ya las diferencias empiezan a desaparecer, los recursos públicos, la población en debilidad y la calidad están en instituciones tanto públicas y las privadas por igual. Los hegemonismos han desaparecido. El mundo de la educación superior tiende cada vez a ser más plano, y sin recursos no hay ni gobernabilidad ni autonomía.
Pero la autonomía va mucho más allá de las cuestiones de poder, la autonomía tiene que ser incluyente y envolvente, tiene que involucrar a toda la sociedad. La universidad no les pertenece a los que están adentro, ni a los que tienen matrícula, ni a los que están en la nómina. La universidad es de toda la sociedad y toda la sociedad debe participar e incidir en ella y ésa es precisamente la clave para hacer que la universidad sea un verdadero bien público.
Este es un tema que considero supremamente importante y de actualidad; las universidades públicas están reclamando del Gobierno colombiano un replanteamiento sobre la forma de financiarlas, considero esto una acción urgente ya que estamos llegando a una situación de límites donde requerimos que el Estado replantee la forma de financiar las universidades como requisito para tener gobernabilidad y autonomía. La autonomía tiene que ver también con el respaldo del Estado y este es precisamente el tercer punto de esta intervención.
Antes de entrar en materia en el tema del financiamiento de la educación superior en Colombia, quisiera detenerme por unos momentos a recordar la rápida evolución que ha tenido la matrícula y la cobertura en los últimos años; según los datos del SNIES, la cobertura nacional entre 18 y 23 años estaba en 6.94% en el año 1985 y en el 2005 ya íbamos por el 28.9%; ello, determina haber cuadruplicado la cobertura en un término de 20 años, esfuerzo nada despreciable. Para el año 2007, llegamos 31.8% superando la media Latinoamericana.
Es más, nuestra dispersión geográfica y la desigualdad entre las regiones, nos ofrece la paradójica realidad de tener sitios con una cobertura muy alta como Bogotá con un 60%, comparable con la de los países del norte, mientras varios departamentos tienen coberturas por debajo del 10%.
Hay que tener cuidado con los indicadores agregados, ellos esconden una discriminación con las regiones que no puede soslayarse.
En estos logros las instituciones públicas y privadas se reparten laureles de tu a tu; cada una aporta un 50% de la matrícula de educación superior, un poco más las públicas.
Si hiciéramos algo similar con la investigación en las universidades, habría que confesar que para 1985, la actividad en este campo era exótica, no había siquiera un solo programa de formación a nivel doctoral; hoy en cambio, tenemos 92 programas de doctorado ofrecidos en 22 universidades, con una matrícula activa de 1.946 estudiantes de doctorado y 584 egresados doctores a diciembre de 2007, 496 de ellos graduados después del 2000, lo que muestra la extraordinaria dinámica de los últimos años.
Hay nuevos aires de reconciliación en el país con los temas de la ciencia, la tecnología y la innovación: se tramita un proyecto de ley para darle un mayor estatus a Colciencias y dotarla de recursos; se está discutiendo una política de ciencia, tecnología e innovación por primera vez en Colombia que va a llevarse a documento Conpes; hay conciencia creciente de la necesidad de formar doctores de manera acelerada para suplir las deficiencias de nuestras capacidades nacionales, entre muchas otras acciones que apuntan a trasformar la realidad en estas materias.
Reseño estos datos para ambientar esta discusión y sacarla del manido camino de auto flagelación que nos es tan común, mirándonos con los países que van adelante, e ignorando los esfuerzos que se han hecho y está haciendo la academia colombiana por salir adelante, incluso en medio de las precarias condiciones existentes. Nada hay más fácil que hacer tabula rasa.
En el panorama mundial no hay un solo modelo de financiación de la educación superior, que pueda catalogarse como ideal; lo que hay en cambio, es un espectro variado donde lo público y lo privado participan de distinta forma. No todos los fondos estatales van hacia lo público, y no todos los fondos privados van hacia lo privado.
La educación superior pública y totalmente gratuita es un modelo que ha sido modificado en todo el mundo, se suele hablar de Francia y de algunos países nórdicos, pero la única verdad, es que todos están migrando hacia formas de financiamiento privado y en todo caso los fondos públicos son entregados con criterio de resultados.
Hay que reconocer que la financiación de la educación superior se ha desplazado hacia un híbrido que se alimenta de lo público y de lo privado. Esta realidad que es insobornable, nos debe impulsar a considerar variantes, que defiendan lo público, con conocimiento de causa.
De nada nos sirve encapsularnos sin reconocer lo que está ocurriendo en el contexto internacional. Hay que aceptar como norma general la existencia de lo público y de lo privado en la oferta, y además, que la financiación tanto proveniente de lo público como de lo privado, puede alimentar una y otra oferta sin que ello determine ni la calidad, ni el acceso de los ciudadanos: ello, dependerá de las formas, métodos, variantes y esquemas utilizados en cada caso. Eso es lo que nos muestra la realidad mundial.
Veamos el caso de las instituciones privadas en Colombia. Solíamos decir que las universidades privadas eran de baja calidad y que no hacían investigación; cada vez es más difícil sostener esta argumentación. Hay universidades privadas de muy buena calidad y que hacen investigación.
También, afirmábamos que el pueblo para acceder a la educación superior, no tenía sino la vía de las universidades estatales; pues bien, cada día esta aseveración es contradicha por la realidad; muchas universidades privadas están educando jóvenes provenientes de los estratos 1 y 2 con buena calidad. Para ello, el crédito ACCES del Icetex que ofrece tasas subsidiadas y garantías mínimas, ha sido determinante.
El 88% de los créditos de pregrado del Icetex están colocados en las IES privadas. Ello, determina que el 26.4% en promedio, de toda la matrícula de las instituciones de educación superior privada, está financiada por créditos del Icetex y la composición de estos créditos es mayoritaria para los estratos 1 y 2.
También se ha argumentado que se está comprometiendo a los estudiantes con créditos que no podrán pagar por el bajo nivel de remuneración del mercado, o peor aún que no puede garantizarse que obtendrán empleo y quedarán hipotecados de por vida.
Objeciones estas, válidas a primera vista, en razón a la ausencia de información pertinente, pero que debemos reevaluar a la luz de la información que empieza a estar disponible.
La crisis económica del 99 fue sentida por las universidades privadas, y la decisión de las universidades públicas de aumentar sus cupos de ingreso complicaron más la situación para estas universidades; tienen razón los rectores cuando afirman que el crédito ha sido importante para su sostenibilidad financiera. Ello, les permitió sortear el temporal. Lo que haga el sistema público repercute en el sistema privado, al menos hasta ahora. El crecimiento de las públicas contrae la demanda.
El caso de la educación superior estatal, es totalmente diferente, su financiación no depende de las matrículas, recibe transferencias del Estado central y/o territorial. Las matrículas por lo general, no son una barrera de entrada.
No vamos a discutir los costos de matrícula porque ellos no pueden alterarse, dado el carácter social de nuestra labor, so pena de desquiciar el carácter público de las instituciones. Lo concreto, es que ya existe una estructura de costos de matrícula, que no es capaz ni será capaz de soportar los gastos crecientes como ha sido suficientemente discutido y explicado.
El crecimiento en los últimos años de la matrícula en las universidades públicas, ha sido por cuenta de mayor eficiencia y algo muy marginal, a pesar de los esfuerzos, por los recursos propios que han generado las universidades.
Durante lo corrido de este siglo, la matrícula en las universidades públicas se ha más que duplicado, mientras la privada apenas se mantuvo.
Ello, permitió que las universidades públicas recuperaran el terreno perdido frente a las privadas; recordemos que de una relación 30-70, que tuvimos a finales del siglo pasado, hemos pasado prácticamente a un equilibrio, con un poco más para la pública.
No podemos ignorar que el crecimiento de las públicas se ha hecho prácticamente con los mismos recursos de transferencia del Estado en precios constantes.
Puede confesarse que había ineficiencias en el sistema público, pero igualmente debe admitirse que la situación ya es insostenible. No hay mayor elasticidad para soportar una estructura de costos que va por lo menos tres puntos más allá de la inflación, con una estructura de ingresos que apenas se mueve con la inflación.
Este desbalance, esencialmente se explica por el crecimiento de los costos más allá de la inflación, tanto los generales como los de nómina; esta última desequilibrada aún más por la naturaleza de la remuneración de los docentes, cuyo salario crece, además del reajuste anual, con base en un puntaje que se mueve con la producción intelectual de los mismos. Hecho apenas justo, e incluso insuficiente, pero que la Ley 30 de educación superior no previó de manera explícita, en los artículos 86 y 87.
Este fenómeno de corte acumulativo que llamamos desfinanciamiento estructural sistemático, requiere de una solución igualmente estructural.
El Estado debe concurrir con recursos frescos a balancear el déficit sistemático que las universidades han soportado hasta hoy, pero con inmensos sacrificios, al punto que su viabilidad está amenazada.
La calidad es un atributo que debe ser conservado sin discusión. La calidad se demuestra y no admite politizaciones.
Pero seamos positivos, pensemos que el Estado concurrirá a solucionar el problema de desfinanciamiento. No puedo además imaginar que nos condene a la iliquidez cruzándose de brazos, esperando a que la crisis lo obligue a reaccionar.
Por eso quisiera mirar más allá de la coyuntura.
De ahí en adelante ¿qué sigue?
¿Se van a congelar las universidades en lo que están, no van a crecer más en número de estudiantes y en nuevas ofertas, dejando por fuera a miles de personas que requieren su ingreso a la educación superior?
Como está la política pública hasta ahora, yo diría que ésa es la suerte, a no ser que se tracen nuevas reglas de juego para la financiación del sector.
Hay que buscar opciones.
Yo propongo que el Estado le transfiera a las universidades un valor por estudiante matriculado semestre en las nuevas ofertas que sea de su interés promover; ello, haría mucho más fácil llegar a los sectores en debilidad y sobre todo promover ciertas áreas del conocimiento deficitarias en Colombia. Sería algo así como orientar un mercado que de todas maneras es imperfecto.
Lo que acabo de decir, además de ser polémico, incomoda a los defensores a ultranza del modelo de financiamiento 100%.
Pero considero que la autonomía universitaria, también puede usarse para encontrar opciones de defensa de la propia universidad pública desde adentro.
Así como los sistemas nacionales son diversos y combinan distintas variantes de financiación y de instituciones que oscilan entre lo público y lo privado, así también cada institución debiera organizar internamente sus ofertas moviéndose en todo el espectro, sin talanqueras. De hecho, ya los posgrados obedecen a la lógica de la sostenibilidad en la mayoría de las universidades públicas; transferir el subsidio recibido a los posgrados es un lujo que muy pocos pueden darse.
Si existe demanda, aparece el proveedor. No podemos hacernos ilusiones pensando que una sola forma de concebir el financiamiento de la educación superior es viable en el contexto actual.
Lo más fácil y aplaudido sería lanzar un grito contra la privatización, ¿y mientras tanto qué? ¿Los intereses sociales en concreto qué? Estos no dan espera al surgimiento de un modelo ideal, que entre otras cosas no conocemos.
Viene una ola de bachilleres en crecimiento como fruto de la política de aumento de cupos en la educación básica y media; se espera que para el 2010 tengamos casi 100.000 bachilleres adicionales.
¿Cómo atender esta demanda agregada? ¿Se la dejamos a la educación privada? No estoy de acuerdo.
Cerrarles la entrada a los demás cuando uno esta adentro es muy cómodo, pero injusto.
Creo que el Estado debe transferir los recursos que requiere el sistema público de educación superior para su funcionamiento.
Las universidades hemos aceptado recibir recursos nuevos con condiciones, estamos convencidas de que exigir recursos en abstracto, automáticos, es una prédica facilista que no va a ser exitosa.
La eficiencia de los sistemas debe ser transversal a todos los modelos e ideologías, mal haríamos en usar inadecuadamente los recursos públicos o en evadir el control social sobre los mismos.
Pero así mismo, creo que las universidades no pueden reducir su propuesta solo a pedir recursos, estimo que deben moverse con creatividad en el contexto que la realidad presenta; una educación cada vez más orientada a las necesidades, pero cuidando lo social. Hay que construir opciones, usando la capacidad instalada con audacia. Hay espacios de trabajo disponibles que pueden llenarse, si nos animamos a usar distintas alternativas.
Me refiero a mantener los dos regímenes, el que pudiéramos llamar público tradicional y otro que construya ofertas cobrando matrículas diferenciales que permitan hacer las ofertas sostenibles y atienda las necesidades del mercado y de la sociedad. Hasta que el Estado no cambie su política, no hay otro camino.
Unas ofertas no niegan a las otras.
En la Universidad Tecnológica de Pereira un 10% de la matrícula de pregrado, cursa estudios en propuestas de matrícula diferencial. Tenemos 1.200 jóvenes estudiando ingenierías Industrial, Mecánica, Electrónica, de Sistemas y computación, y el primer ciclo de Ingeniería Mecatrónica, Técnica Mecatrónica, en horario nocturno y de fin de semana, pagando 2.7 salarios mínimos legales mensuales vigentes, un poco más de un millón doscientos mil pesos de matrícula semestral.
Son jóvenes en su mayoría trabajadores, que no habrían tenido opción de estudiar de otra manera.
Los créditos del Icetex también han sido muy importantes en estas ofertas.
Hace cuatro años cuando iniciamos las ofertas, fue la de Troya; se nos acusó de buscar subir las matrículas, que era el comienzo de una operación privatizadora; soportamos un paro prolongado. Hoy es un tema superado, los dos regímenes conviven sin ningún tipo de consecuencias.
La composición de la matrícula en la UTP antes que disminuir la presencia de sectores en debilidad, está mostrando un ascenso de estos sectores; más del 50% pertenece a los estratos socioeconómicos 1 y 2. Más del 85% a los estratos 1, 2 y 3.
Naturalmente que no todo el mundo está de acuerdo y eso es propio de la academia, es consustancial a su esencia. Jamás podremos tener a todo el mundo de acuerdo. Quizás por ello, estas innovaciones solo prosperan trabajando con los que quieren y apuestan.
Para finalizar es bueno recordar que la masificación de la matrícula ha traído aparejados problemas nuevos que exigen miradas diversas de las universidades. Y esas miradas requieren intervenciones financieras y nuevos enfoques metodológicos de lo que últimamente llamamos responsabilidad social universitaria.
Debe quedar claro que cualquier política de financiación de la educación superior pública debe garantizar el acceso de la población en condición de vulnerabilidad y proveer los recursos para el adecuado desarrollo de la universidad pública. Las universidades estamos abiertas a considerar alternativas; el Gobierno tiene la palabra.
Muchas gracias,
Luis Enrique Arango Jiménez
Rector
Universidad Tecnológica de Pereira
Fecha de expedicion: 2008-09-05