DISCURSO HOMENAJE HONORIS CAUSA AL DR. MIGUEL ÁLVAREZ DE LOS RIOS

Las Universidades han instituido una manera especial de honrar a aquellas personas que sin haber cursado estudios en ellas se hacen merecedoras del reconocimiento académico; sus méritos y ejecutorias los hacen acreedores de ser eximidos de cualquier examen o verificación pues su idoneidad académica se ha demostrado con creces a lo largo de la vida. 

Son mecanismos que las Universidades han adoptado para exaltar el esfuerzo propio, el talento, la dedicación y la genialidad de seres humanos que sobresalen dentro del colectivo social convirtiéndose en señales vivientes para la promoción de Ciencia, la Cultura o las Artes. 

No es pues un hecho baladí o superficial que las autoridades de la academia formal decidan titular con honores a una persona que ha cultivado el intelecto, ha sembrado para las futuras generaciones y ha dejado huellas imborrables para la posteridad. 

Este es le caso que hoy nos convoca y que asumimos con respeto y admiración. 

Comenzaré afirmando que es un gran honor para esta Alma Máter exaltar la persona y la obra de Miguel Álvarez de los Ríos, un intelectual a toda prueba, cuyas calidades académicas y humanas, han brillado de manera rutilante en su propio tiempo y que ameritan desde luego ser reconocidas como una acción apenas natural de quienes hemos pretendido hacer del conocimiento una razón de vida y actuando en nombre de la sociedad ejercemos como certificadores oficiales del mismo. 

Debo anotar además, que esta distinción Honoris Causa, más allá de ser el máximo reconocimiento que otorga la Universidad Tecnológica de Pereira a la trayectoria vital de una persona, por su aporte a la ciencia, al desarrollo tecnológico, a las artes o a las humanidades, es un reconocimiento que la universidad le hace a la ciudad que la alberga. 

Pero hay algo más, la imagen de este noble y prolífico escritor ha estado uncida a esta institución desde sus tempranos inicios; baste decir que hace 47 años, en 1959, acompañó como secretario al egregio Fundador Jorge Roa Martínez en los trámites requeridos para la fundación de la Universidad Tecnológica de Pereira. 

Pero adentrémonos más en esta Historia. ¿Quién es Miguel Álvarez de los Ríos?, ¿quién es este escritor que ha desandado la provincia colombiana como periodista y servidor público hasta alcanzar reconocimiento nacional? 

Para ello nos hemos soportado en el trabajo exhaustivo realizado por Diana Rodríguez, una aventajada joven egresada de esta Universidad y quien ha demostrado una gran afición por las letras y de su asesor el Dr. Álvaro Acevedo Tarazona, Docente del Doctorado en Ciencias de la Educación de la Universidad y connotado historiador. Este texto entonces estará alimentado por sus aportes y reflexiones. 

Miguel Álvarez de los Ríos nació en el año 1933 en Pereira. Aunque parte de su infancia transcurrió en el Municipio de Belén de Umbría, fueron los alrededores del parque El Lago Uribe y de la Plaza de Bolívar los espacios vivénciales en los cuales transcurrió su fecunda existencia en aquella Pereira de los años treinta; serían entonces aquellas calles, plazas y casonas, de la inocente Pereira de la época donde Miguel Álvarez acumularía las primeras sensaciones que fueron modelándolo hasta convertirlo un día en una voz resonante que encarnara como el que más la versatilidad de las letras y la cultura en el romántico y montañero viejo Caldas. 

Inquieto, inteligente. Doña Mercedes de los Ríos, su madre, no tuvo más remedio que enseñarle a leer en la casa mientras alcanzaba la edad suficiente para ser aceptado en la escuela primaria. Cuando tenía 7 años, leyó su primer libro —El Conde de Montecristo— y no alcanzaba a cumplir los 12 años de edad, cuando ya había devorado los 20 libros que poseía la biblioteca de su padre; su avidez por la lectura creció tanto, que, incluso, su familia se vio obligada a quemarle las dos obras de Vargas Vila que tanto releía. 

Cursó estudios en el Instituto Caldas de Don Juan Suárez en Pereira y en el Instituto Universitario de Manizales, a finales de la década de 1940. Miguel recibió en estos claustros una formación clásica e ilustrada que potenció su orientación humanista y propició su iniciación en la filosofía. Junto a los filósofos clásicos leyó a Kierkegaard, Nietzsche, Merleau-Ponty, Unamuno, Althusser y Sartre. Este último lo cautivó, puso en orden, o en desorden sus ideas, y prematuro o no, a los 15 años Miguel Álvarez los Ríos se autoproclamaba como un existencialista y a fe que ejerció como tal. Con el correr del tiempo entraría en contacto con los filósofos de la escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno, Lukacs, Benjamin, Marcuse, Habermas) quienes también influenciarían su formación. 

Además de aquellas lecturas filosóficas, en su adolescencia Miguel Álvarez incursionó en la poesía. Con su amigo Jorge Mario Eastman buscó cabida en el periódico La Patria para publicar sus primeros versos —que luego recopiló en un poemario titulado Ella, mi llanto y una campanada—; también por esos días ofreció su primer recital ante la naciente Sociedad de Amigos del Arte de Pereira. Los viernes llegaba de Manizales y en el parque El Lago se reunía a departir con sus amigos. El joven Álvarez de los Ríos —de boina vasca, en ese entonces— no paraba de citar a Sófocles, Valery, Whitman, Poe y Alberti; lo empezaron a llamar “el poeta”, era reconocido en la ciudad por su memoria enciclopédica y su capacidad de oratoria. Tiempo después él mismo lo recordaría: 

Con la Barra del Lago hicimos historia, fuimos parte de una generación que buscó el sentido de la vida en la sensualidad, también en el fragor de la política, con ellos hicimos el mundo y armamos una manguala para no dejarlo caer.(1)

¡Y como no iba ser así! Aquel joven estudiante del Instituto Universitario de Manizales creció en un ambiente intelectual influenciado por la tradición de los llamados Grecolatinos, que, de acuerdo con Otto Morales Benítez (2) y Fernando Londoño Londoño (3), se trató de un grupo de escritores y políticos caldenses de las primeras décadas del siglo XX que abandonaron la literatura costumbrista y regresaron a las fuentes del hispanismo. Esta orientación “grecolatina” les permitió difundir sus ideas y alcanzar una gran influencia en la política local y nacional. 

Eran individuos caracterizados por su erudición, grandilocuencia y esteticismo, que hicieron énfasis en la gramática, en el dominio de las leyes y de la lengua como medio para acceder al poder. Lo cual, siguiendo la perspectiva de Malcom Deas, en su libro “Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombian””, no fue un hecho aislado sino que correspondió a la tendencia seguida por la élite letrada, especialmente desde la Regeneración Conservadora de Núñez y de Caro, la cual contribuyó al mantenimiento de la hegemonía conservadora desde 1885 hasta 1930, y cuyos efectos se extienden hasta períodos recientes. 

Sin embargo, Miguel Álvarez de los Ríos no fue conservador, como la mayoría de los Grecolatinos caldenses. Desde muy joven fue un confeso liberal que sufrió en carne propia los abusos penales y civiles de la violencia política de mediados del siglo XX. 

Hacia 1945 Miguel Álvarez presenció la destrucción de una finca panelera de propiedad de su familia, como consecuencia de la persecución política emprendida contra su padre, don Marco Antonio Álvarez. Luego, en sus años de estudiante de Derecho de la Universidad la Gran Colombia, participó en manifestaciones públicas en contra del gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla, y además fue secretario de una Junta Revolucionaria que se fundó en Pereira para luchar contra este mismo gobierno. En el año 1957 Miguel Álvarez reproducía en un mimeógrafo panfletos escritos por Alberto Lleras y Eduardo Nieto Caballero, lo cual le costó que horas antes del derrocamiento del general fuera detenido y maltratado por agentes del gobierno. 

Con la llegada del Frente Nacional, su participación política se hizo más visible. Ya graduado de Derecho y Economía de la Universidad la Gran Colombia, Álvarez de los Ríos se inscribió en las filas políticas del cacique liberal de Caldas Don Camilo Mejía Duque, para luego con le mismo entusiasmo desertar de las mismas. En 1966 fundó un partido político denominado Acción Liberal y en él militó por cuatro años. Luego regresó al movimiento “camilista” y alcanzó a ocupar una suplencia a la Cámara de Representantes. 

A lo largo de su carrera política Miguel Álvarez se ha desempeñado en numerosos cargos públicos, entre los que se cuentan el de Diputado a la Asamblea de Caldas (1967), Gerente de la Caja Nacional de Previsión (1971), Asesor de la Alcaldía de Pereira (1985), Asesor de la Gobernación de Risaralda (1986), entre otros. No obstante, como él mismo lo reconoce, el ejercicio burocrático no satisfizo por completo sus aspiraciones humanísticas: 

“De mí puedo decir que profeso un liberalismo de honda raíz humanística, tolerante y reflexivo, que me ha abierto las puertas del conocimiento científico, a la vez que me ha cerrado las del servicio público; este liberalismo sin suerte es en mí algo semejante a una segunda naturaleza y a él permanece adherida mi sensibilidad política con la constancia irremediable de la piel sobre la carne […] Apasionado en la búsqueda de la belleza inalcanzable, y por lo tanto, mudable e inconstante, aunque jamás impulsado por fanatismos de partido, pienso que el liberalismo es una forma de mirar la vida desde el punto de vista de la magnificencia del universo y de la sociedad y los deberes civiles cuyo cumplimiento garantiza la libertad, y no desde el punto de vista de mí mismo o de la propia vida”.(4)

Sin duda, sus ansias de libertad y autonomía; su condición de pensador, de ideólogo, no le permitieron hacer carrera política dentro de un partido o jefatura caudillista. El periodismo, entonces, fue el refugio después de un largo periplo por diversos cargos públicos. Éste le permitió armonizar sus dos pasiones —literatura y política—, manteniendo una clara incidencia local pero sin perder la concepción universal de los hechos, necesaria para comprender la realidad nacional. 

Es evidente que el ejercicio periodístico de Miguel Álvarez de los Ríos ha sido complejo y polifacético. Desde sus primeros ejercicios narrativos en las páginas de El Diario, hace más de cincuenta años, hasta sus recientes investigaciones biográficas, Miguel ha escrito cientos de páginas periodísticas y literarias en una prosa ecléctica y ágil, ajustada a estrechas columnas que se han extinguido día a día. Hay quienes dicen haberlo visto escribiendo un periódico entero en una mañana —a máquina de escribir manual, con café en mano, sin ayuda de Internet o correctores automáticos—, tal como lo comenta nuestro común amigo, Libardo Gómez Gómez, propietario del eterno periódico “el Imparcial”, batallador incansable; cuyo periódico, la verdad sea dicha, como cualquier tribuna política, de imparcial solo tenía el nombre. 

Dice Libardo: 

“En minutos llenaba hojas tamaño oficio y estas pasaban al linotipo donde se convertían en columnas o páginas completas. Sus originales, escritos en una vieja Remington, elaborados sin tachaduras ni enmendaduras, se los peleaban los linotipistas porque, en verdad, daba gusto colocarlos en el atril y teclear su contenido, deleitándose de paso con su lectura. Cosa que muy pocos escritores logran. Y lo digo yo que fui linotipista durante cuarenta años”.(5)

En efecto, Miguel Álvarez de los Ríos perteneció a aquella “edad de plomo” del periodismo colombiano, que describe Juan Gustavo Cobo Borda. Periodismo con linotipo y maquina de escribir ruidosos, lejos de la asepsia de hoy (con impresión offset en colores, computador y prohibición de fumar en los espacios públicos). Periodismo en franca militancia política, diferente al actual que se esfuerza por ser veraz, objetivo y pluralista, así no siempre lo logre. Periodismo trasgresor y literario (donde inclusive se llegaron a publicar novelas), y al cual Alberto Lleras se refirió como aquel de “tiempos heroicos en que los periodistas, a la madrugada, dejaban el diario, luego de haberse intoxicado de café, tabaco y política, y recibían el nuevo día hablando de literatura por las calles de Bogotá”.(6)

En este contexto Miguel Álvarez fue madurando como escritor y periodista. Se desempeñó como redactor, reportero, jefe de redacción, director y colaborador de diferentes medios de comunicación escritos y radiales, entre los que se destacan los periódicos El Tiempo, El Espectador, El País, La Patria, El Imparcial, El Diario de Occidente, El Pueblo, La Tarde y El Diario del Otún; las revistas Consigna, Vea y Cromos; y las emisoras Pereira al Aire y La Voz del País. Su pasión por la conversación, por la comunicación, se vio plasmada en crónicas, reportajes y ensayos, en los cuales lograba ir con agilidad del eterno retorno al rock o del tango a lo satánico. Lo suyo era el reportaje en profundidad o gran reportaje, que la literatura define como aquél donde los esquemas estilísticos formales se rompen ante la personalidad del periodista-escritor, y cuya calidad depende más de la cultura, sensibilidad y estimativa de quien escribe, que de la grandeza o profundidad de lo que se escribe.(7)

Como la mayoría de periodistas literarios, no fue un comunicador improvisado en la prensa, por el contrario fue un periodista ilustrado que llegó a entrevistar a personajes de la talla de Norman Mailer, Allen Gisnsberg, Jorge Luis Borges, Germán Arciniegas, Juan Lozano y Lozano o Álvaro Pío Valencia. 

Sin hacer uso de notas ni grabadoras para sus reportajes, Miguel Álvarez de los Ríos penetraba con su retentiva en la subjetividad del entrevistado, para luego someterlo al severo examen de su pluma. De esta manera, poco a poco fue forjando un estilo periodístico donde la búsqueda de equilibrio entre el contenido y la forma se convirtió en su reto creativo, tal como lo deja ver en una afirmación hecha en el año 1977: 

Dice Miguel: 

“Soy pues un pésimo reportero, y es una lástima, porque este es el aspecto del periodismo que más me apasiona. Me gustaría ser un buen cronista de policía, pero presumo que tampoco daría la medida, tengo demasiada imaginación y terminaría por escribir una novela absolutamente falsa respecto de la verdad específica del crimen del momento. Escribo editoriales y comentarios de prensa con la misma facilidad y el mismo gusto con que tomo mi diaria taza de chocolate. Pero escribir editoriales o glosas con vida efímera para unas horas, es mera artesanía. Para eso se requiere de virtudes menores”.(8)

A decir verdad, en 1977, Miguel Álvarez de los Ríos considerándose un pésimo reportero se perfilaba como uno de los mejores periodistas literarios de Colombia. Sus escritos mostraban originalidad en el tratamiento y desarrollo, además, incorporaban técnicas narrativas con maestría tal que algunos fueron considerados como “obras de arte”. En 1983 obtuvo el Premio Simón Bolívar en la modalidad de Crónica y Reportaje por su “Entrevista con Jorge Rojas. El enorme poeta del amor y de la soledad”, y en el año 1984 le fue otorgado el Premio Iberoamericano de Ensayo por su escrito “Villón ¡Es un satánico!”. Roberto Posada García-Peña (D´Artagnan), en 1993, dijo que Miguel Álvarez de los Ríos era un “Gran Escritor-Duende”, lo cual significa —en el sentido andaluz de la expresión, acuñada por García Lorca—: “inspiración poética”, y hace alusión a un fenómeno atávico, intuitivo y antiracional que “todos sienten pero que ningún filósofo explica”, y que según los andaluces se da con naturalidad mientras no halla pretensiones ni trampas.(9)

Al hacer un repaso por su obra escrita, se encuentra que Miguel Álvarez de los Ríos es ante todo un testigo del siglo veinte. En sus artículos los protagonistas de la historia reciente del país se perfilan humanos, alcanzables, lejos de aquellos íconos inorgánicos que aparecen en muchos libros de Historia como si fueran seres míticos y no individuos separados de nosotros tan solo por unas cuantas décadas. Tal es la intención del libro 22 personajes. Apuntes para una futura geografía humana de Risaralda. Un texto que entrega un compendio de perfiles biográficos que han terminado por convertirse en valiosos documentos históricos acerca de la vida pública risaraldense de mediados y finales del siglo XX. 

Su periodismo es una reconstrucción literaria de los personajes que se pregunta por las causas y motivaciones de sus comportamientos y elecciones. En este sentido se destacan sus textos periodísticos “Felipe el memorioso” (Lecturas Dominicales Periódico “El Tiempo”, 1983), “Charla desvertebrada con Eastman” (Revista Dominical Periódico “El Pueblo”, 1981) y “Despedida del poeta. La última polémica del Maestro Rafael Maya” (Revista Consigna, 1985). 

En la obra de Miguel Álvarez de los Ríos también hay un interés por reflexionar acerca de la historia local. Su libro Pereira. La Fuerza de una Raza, escrito con Leonor Ramírez en el año 2002, es prueba de ello, como también lo son el ensayo Humana Fundación (elaborado con motivo del centenario de la fundación de Pereira) y las compilaciones Poetas y poemas de Risaralda (1998) y Anhelos. Poesía de Luis Carlos Gonzáles (1986). Dicho interés lo ha llevado a trabajar en el rescate y valoración de la producción cultural regional. Círculos académicos y literarios como El Parnaso Eje Cafetero, la Sociedad Bolivariana y la Academia Pereirana de Historia se sienten honrados con su presencia. 

Por otro lado, los sucesos y personajes que conmovieron al mundo y a nuestro país no fueron ajenos a él. Desde el existencialismo de Sartre, hasta el satanismo de Lavey a finales de los sesenta, pasando por el Rock and Roll, el hippismo y la literatura macabra de Lovercraft fueron fuente de inspiración para sus escritos. 

El humanismo de Miguel Álvarez de los Ríos nunca olvidó el referente de los clásicos universales. No obstante, tampoco se opuso a las nuevas corrientes de su tiempo, y pudo presenciar, casi en el mismo instante en que se producían los acontecimientos, los personajes y las ideas que sacudían al mundo. Supo entonces amar las nuevas propuestas que le llegaban, entender los cambios y valorar las voces de quienes aún se estaban labrando un nombre en la Historia. Pero también contempló con horror y recelo las propuestas que comenzaban a conquistar el mundo y que parecían ignorar la delicadeza de las formas bellas y el deber de guía de los pueblos, correspondiente a los hombres entregados al arte y al pensamiento. 

Miguel Álvarez vio en muchas de las nuevas propuestas caos en las formas y descuido e irresponsabilidad por parte de algunos de sus artistas. Así lo demuestran algunas de sus reseñas escritas hace veinte años acerca del Elvis Presley y el rock and roll, donde valora pero también cuestiona la irreflexión de aquella juventud “trastornada por su propia liberación”.

Aquellas notas, que a la luz de los tiempos podrían hacer esbozar mas de alguna sonrisa entre los jóvenes de hoy, no son la voz de alguien que no supo asimilar los nuevos tiempos, sino el llamado de atención de alguien que sabe que el presente no puede devorar impunemente al pasado sin que algo muy delicado pero vital para todos se afecte: el equilibrio entre lo bello y lo terrible. 

Miguel Álvarez de los Ríos contemplaba todo esto mientras vivía entre dos mundos: uno, el de las nuevas luces del pensamiento, con Sartre y la escuela de Frankfurt; el mundo bohemio y soñador que propiciaba esperanzas, un mundo conciente de sí mismo y lleno de plenitud ante la pesadez de la historia; otro, el mundo de los clásicos con su belleza y majestuosidad aún vigentes, ese mundo que era amenazado por el olvido y la inconsciencia de las recientes generaciones, que él descubrió como constituidas por “una juventud hirsuta, que hace el amor por hacerlo, sin amor, con negligencia, y [que] chapalea en el submundo de los paraísos artificiales, sin haber leído a Boudelaire, ni a Rimbaud; ni a Verlaine, ni al Conde de Lautreamont, ni a nadie”.(10)

Al leer sus artículos se puede inferir que la angustia del escritor frente a estos dos mundos, la necesidad de no ser simplemente un testigo sino un habitante de ellos fue en realidad lo que lo llevo a escribir. Él ha sabido caminar entre ambos mundos, pero para ello ha tenido que ser un hombre en constante contradicción. Vanguardista y nostálgico. Actual pero no inmediatista. Clásico pero vigente. 

Consciente de ello, Miguel Álvarez ha sentido esa extraña fuerza que hace que todos los hombres amantes de los clásicos se detengan un día y confiesen sin temor que “sólo han sido unos románticos”. La confesión no le preocupa, sabe muy bien que un romántico no es un individuo de versos lacrimosos y decadentes sino ante todo un conocedor de las almas, un guardián de la memoria. 

Así pues, no es posible entender el carácter y el humanismo de Miguel Álvarez de los Ríos sin entender su época. Se trata de un periodista ilustrado, que guarda la esencia del intelectual caldense: la erudición y la ecléctica apropiación del pensamiento. Una elección cuestionada como práctica académica por las disciplinas modernas que construyen en la profundidad y especialización del saber (11); pero validada desde otras perspectivas que reconocen que las dotes para llegar a ser un buen periodista o escritor no se pueden enseñar ni aprender en la aséptica miopía de la especialidad, por el contrario —se afirma— que la destreza en el oficio se adquiere en una vida cultivada por las letras y depende de lo que en filosofía se llama “estimativa” o capacidad de detectar los valores profundos del mundo y de las cosas, del ser y del acontecer humano.(12)

En Miguel Álvarez de los Ríos confluyen estas dotes. La erudición para él, más que un defecto, se ha convertido en una facultad que le ha permitido responder a los desafíos del periodismo actual desde el periodismo literario. Un periodismo que exige innovación en las formas de contar historias, como una clara defensa de la diversidad y la interculturalidad, frente a la homogenización que a veces impone el discurso de la modernidad.(13)

Quiero finalizar citando textos de su autoría en uno de sus mas recientes trabajos; la biografía de Pablo Oliveros Marmolejo, uno de sus entrañables amigos. 

“El alba, como siempre es cálida:, refrescada por la brisa que sopla en efluvios desde la costa. En el punto del horizonte donde el cielo y el mar se juntan, flota, entre las nubes bajas, Isla Fuerte, su verde y fresca extensión de platanares y cocoteros. Las nubes se desbaratan de un momento a otro y un aguacero diluvial convierte en lodazales los senderos polvorientos, anega los pisos de las casas y, hasta una hora después de haber escampado, gruesas gotas de agua siguen colgando, como zarcillos, de los matorrales resecos». 

“Oliveros salía a cabalgar temprano, cuando las últimas sombras de la noche pugnaban por refugiarse bajo las piedras, entre las ramas de los árboles y la luz era rosácea y oblicua. El resto del día sería como de acero inoxidable. Paraíso con sol y lluvia. Con luna de bronce en verano y luna ictérica en invierno. Con estrellas de diamante y con viento mensajero. Cuando soplaba del norte, traía los pitos de los barcos que se acercaban a puerto, y cuando soplaba del sur, traía el relincho de los caballos, su pifiar, su calido aliento y el arrastre de las narrias sobre la arena, el bullicio de los niños del pueblo, descalzos, descamisados, incansables». 

Advierto, para concluir, que este laudatio con seguridad generará controversias; de eso se trata. Todos tenemos fieles y detractores; eso esta bien, ello hace parte de la diversidad humana. Bienvenidas sean todas las opiniones, siempre y cuando contribuyan al diálogo académico y permitan reconocer la función de la literatura y del periodismo en la construcción de las imágenes sociales en las cuales subyace la memoria de los pueblos. Queda pues abierto el camino para continuar descubriendo la vida y obra de este autor pereirano y para evitar que su producción, como la de tantos otros se quede en el olvido. 

Miguel eres de los grandes de Pereira. 
Disfruta la gloria que has ganado. 
Felicitaciones. 

Muchas gracias, 

LUIS ENRIQUE ARANGO JIMÉNEZ
Rector 

Pié de página 

(1) ÁLVAREZ DE LOS RÍOS, Miguel. 22 personajes. Apuntes para una futura geografía humana de Risaralda. Primera Edición. Gobernación de Risaralda – Risaralda Cultural. Pereira: Fondo Editorial de Risaralda, 1994. 
(2) VALENCIA LLANO, Albeiro. Otto Morales Benítez. De la región a la nación y al continente. Manizales: FESCODA, 2005. pág. 43. 
(3) JARAMILLO ECHEVERRI, Octavio. ¿Que es el grecolatinismo? Manizales: Biblioteca de Escritores Caldenses, 1989? Pág. 77. 
(4) ÁLVAREZ DE LOS RÍOS, Miguel. 22 personajes… Op. Cit., Pág. 97. 
(5) GÓMEZ GÓMEZ, Libardo. Miguel Álvarez de los Ríos. Diez lustros cultivando las letras. Periódico El Volantero. Pereira, enero de 2004. 
(6) COBO BORDA, Juan Gustavo. “Periodismo, historia, literatura”. En: TROYANO GUZMÁN, Héctor (Editor). Periodismo Cultural y cultura del Periodismo. Secretaría ejecutiva del Convenio Andrés Bello. Bogotá: Editorial Guadalupe, 1993. Págs. 65 – 66. 
(7) VIVALDI, Gonzalo Martín. Géneros Periodísticos. Quinta edición. España: Editorial Paraninfo, 1993. Pág. 90. 
(8) ÁLVAREZ DE LOS RÍOS, Miguel. Yo periodista. Periódico El Imparcial. Diciembre de 1977. Pág. 7. 
(9) GARCIA LORCA, Federico. Antología Poética. Selección, prólogo y notas de Allen Josephs. Editorial Círculo de Lectores. España: Industria Gráfica Printe, 1982. Pág. 9. 
(10) ÁLVAREZ DE LOS RÍOS, Miguel. Elvis tendía hoy 50 años. Lecturas Dominicales. Periódico El Tiempo. Bogotá, 3 de febrero de 1985. Pág. 9 – 10. 
(11) BLOCH, Marc. Apología para la historia o el oficio del historiador. Edición anotada por Étienne Bloch. Fondo de la Cultura Económica. Segunda edición en Español. México: Progreso S.A, 2001. Págs. 11, 22, 45. 
(12) VIVALDI, Gonzalo Martín. Géneros Periodísticos… Op. Cit., p. 91. 
(13) PEREZ MORALES, Flor de Liz. DDe la historia oral al periodismo literario. Una vía de aproximación a la enseñanza del oficio. México: Ediciones Pamares S.A., 2003. Págs. 22 – 23.

Fecha de expedicion: 2006-11-23