INTERVENCIÓN DEL RECTOR
La Educación Superior y su Futuro
España, 20 Julio de 2006
Nuestras realidades educativas tienen un común denominador; la educación superior o universitaria ha venido transformándose para pasar de una oportunidad, sólo reservada a las minorías, para dar paso a una educación cada vez más accesible a amplios sectores sociales; de hecho presenciamos un fenómeno de masificación sin precedentes, tanto en los países del Norte como en los del Sur.
Aparejado a esta nueva caracterización también han aparecido unas nuevas tendencias que ponen a las universidades en condiciones de desequilibrio y amenazan su supervivencia en condiciones de calidad; pareciera que algunas universidades estuvieran condenadas a sobrevivir como centros de entrenamiento y a otras más pequeñas en número, les estuviera reservado el papel de verdaderas universidades transformadoras; ancladas en la investigación y en la producción de nuevo conocimiento.
A ello conduce inevitablemente la actitud deliberada de los estados de retirar los recursos públicos congelándolos o entregándolos a cuenta gotas sobre la base de compromisos de resultados, la mayor parte de éstos, asociados a crecimiento de la matrícula con poca atención sobre la calidad de la formación impartida.
En la generación de recursos propios sobre la base de la venta de servicios de educación, las donaciones y los beneficios por los resultados de la investigación, léase patentes o concesiones, está el camino para buscar recursos frescos y por consiguiente alcanzar nuevas metas de crecimiento y de calidad.
El libre mercado es el orientador máximo del devenir y las universidades de mayor prestigio se esfuerzan en cortejarlo para estar presente en la repartición del botín de la demanda. En este esfuerzo compiten por hacerse a las luminarias académicas; monopolizan los Nóbel y hasta coleccionan estrellas del deporte a nivel universitario.
Los sectores más acomodados de todo el planeta suspiran por un título que provenga de estas Superuniversidades.
Esta vía, naturalmente segrega y cada vez especializa, configurando una poderosa minoría de universidades de élite; una liga de poderosos del conocimiento, cuyo centro de gravedad reside en los Estados Unidos de Norteamérica, quienes han logrado imponer un esquema de desarrollo basado en la poca injerencia del Estado en los asuntos de las universidades.
Estamos pues frente a una carrera desigual, donde los que llegaron primero o los que se mueven en contextos de economías poderosas, tienen el futuro asegurado y los demás apenas gatean tratando de desprenderse de un futuro poco promisorio, donde a lo sumo les es dado convertirse en centros de entrenamiento para la mano de obra que necesita el funcionamiento de las economías y de los Estados.
Un futuro de tal naturaleza, no augura nada favorable en términos de superar las desigualdades y más bien nos coloca frente a la certidumbre de que la brecha será todos los días mayor.
Los Estados Nacionales, al menos los de los países en desarrollo, no pueden emular en esta clase de modelos so pena de presenciar el deterioro sistemático de sus sistemas educativos y el ahondamiento de las distancias preexistentes. Son juegos muy peligrosos que nos niegan la posibilidad de progreso y real desarrollo. En esto sí que se aplica la necesidad de crear modelos endógenos que respondan a nuestras particularidades.
En este panorama, que luce desalentador, sin embargo hay un gran espacio para los pensadores de la educación; se requiere un examen descarnado de lo que viene ocurriendo y sobretodo una actitud de búsqueda de nuevos paradigmas que nos ayuden a encontrar nuevas vías, que alejándose de la utopía militante, abra vías a nuevos esquemas de financiación, pero sobretodo a hacer más productivo el proceso educativo.
Hay que producir ciencia en la pedagogía; hay que trascender los métodos tradicionales, apoyándose en los nuevos recursos que brinda la tecnología, para encontrar metodologías que subviertan el orden mental e inviten a la creatividad y a la innovación.
La investigación en educación debe abrirle paso a aquella que se focaliza en el cómo educar y sobretodo en cómo potenciar las capacidades humanas.
¿Cómo queremos educar, con qué objetivos, con qué instrumentos, con qué competencias, con qué tipo de profesores, con qué método? Son todas preguntas que abordan temas poco examinados en nuestro universo universitario, pero que acusan la mayor pertinencia y oportunidad. Debemos confesar que fruto de nuestra aún más precaria realidad educativa en el pasado, hicimos que la mayoría de nuestros docentes universitarios iniciaran su labor prevalidos de la gracia del espíritu santo sin que mediara ninguna preparación para ejercer como tales; las especializaciones en docencia universitaria y otros niveles de formación relacionados, son apenas procesos que viven un despertar y que podrían considerarse marginales a la hora de cuantificar las habilidades de los docentes universitarios.
Debemos alejarnos de aquella máxima, tan en boga entre universitarios, de que para que cambiar sí ha funcionado bien.
No basta que nuestros docentes adquieran el doctorado; ello es importante pero no suficiente. Es un camino muy lento. Doctores sí, pero educadores ante todo.
Debemos generar la gran movilización que nos coloque a hablar de la pedagogía que requerimos aplicar en la educación superior donde abordemos temas tan cruciales como aprender a enseñar despertando el entusiasmo y la creatividad; como tomar en cuenta la situación particular de los estudiantes, pero no para segregarlos, sino para engancharlos en el proceso; como interrogarnos sobre lo que hacemos, como enseñar a interpelarnos sobre nuestros pensamientos y como enseñar a ser verdaderamente libres.
Hay que reconocer que transitamos por una nueva relación entre la sociedad y la institucionalidad universitaria y que la llamada aceleración de la historia no nos da mucho tiempo.
Hay que actuar, pero ya. Menos ideologizaciones y más acciones. Ya es suficiente con interpretar la historia, ahora corresponde hacerla.
Este nuevo ambiente nos abre un espacio para que exploremos en el interior profundo de los procesos de aprendizaje, en lo que planteo como la movilización pedagógica.
La masificación a la que hemos hecho alusión nos provee de un nuevo tipo de estudiante, con nuevas complejidades, más débil para superar ciertas encrucijadas, más secuestrado por la avalancha de información externa y por consiguiente menos propicio a la concentración, pero más universal y exigente.
Ello quizás esté incidiendo en los altos índices de deserción que reporta la Educación Superior; sólo explicables en desajustes propios del proceso educativo y no en un camino obligado para filtrar la excelencia como algunas voces facilistas pregonan.
Necesitamos una gran dosis de humanismo en la cátedra; maestros más humanos, más cercanos a los estudiantes.
Más que profesores, requerimos tutores que guíen el estudiante durante todo su proceso de formación sin excluir sus problemáticas personales. Ello aún es más válido en nuestros países donde lo económico es una barrera real.
Debemos lograr que nuestros profesores acepten que deben ser animadores del conocimiento, provocadores de la indagación y no recicladores de conductas aprendidas por reflejo.
Hay que hacer entender que somos responsables de formar seres humanos educables y que depende mucho de los profesores que ello se logre.
Debemos lograr que los estudiantes sean los protagonistas de los procesos educativos y los profesores facilitadotes de los mismos.
Hay que enseñar a inducir el uso de los aprendizajes en ejemplos que trasciendan el aula de clase e inviten a la innovación.
Debemos estimular la transdisciplinariedad en los trabajos de los estudiantes para que se formen en la concepción de la complejidad.
Hay que enseñar a debatir y a manejar las diferencias de manera apropiada, empezando por oírnos y captar que no somos dueños de la verdad, o mejor aún, enseñar que no hay una sola verdad. ¿Cuánto no ganaríamos si le hiciéramos este aporte a nuestra juventud, embebida como está en ambientes de intolerancia, que se reproducen de manera incesante?
Hay que lograr que seamos capaces de frenar los deseos atropellantes de rebatir sin mayor juicio, evadiendo enfrentarnos a los argumentos del otro.
Hay que evitar caer en la tentación de descalificar al oponente pretendiendo noquearlo por la vía rápida, entregándole a la veleidosa opinión el alimento que quiere recibir y de la que es opino dependiente.
Hay que lograr que nuestra juventud camine a nuestro lado de manera autónoma ejerciendo su libertad intelectual, pero prendida a los esfuerzos que se hacen para superar las condiciones adversas que nos rodean. Nos ha tocado percibir una juventud abstraída en momentos y atracciones muy distantes a lo que queremos o anhelamos; lo que presagia que no estamos calando como formadores de futuro. Nuestra construcción lleva una agenda oculta que tenemos que desentrañar para estar a la altura de las responsabilidades que nos asignaron. No podemos actuar como autómatas reproduciéndonos sin mayor esfuerzo.
¿Cómo lograr esa empatía que requiere la salud de nuestra organización social para que rememos, en lo posible, de manera unitaria?
Hay que hacer que las universidades se inserten en las realidades económicas y sociales del país, circulando por ellas para que con sus conocimientos y posibilidades de abstracción puedan contribuir con nuevas miradas hacia la construcción de estadios de mayor bienestar.
Hay que dejar de rendirle culto a lo externo y valorar mucho más lo propio, lo local; hundirnos en nuestra propia tradición desenterrando los valores y culturas que nos precedieron y que nos deben dar identidad.
La dimensión regional y local empieza a cobrar nuevo sentido; desde ellas es necesario incursionar para activar la emergencia de nuevas potencialidades.
Trabajar por la competitividad regional desde las universidades, se vuelve una preocupación fundamental.
La innovación debe estar a la orden del día. Tenemos que propiciar espacios que estimulen y promuevan la creatividad de nuestros jóvenes estudiantes y de nuestros docentes e investigadores.
Las incubadoras de empresas, y en especial aquellas de base tecnológica, deben ser utilizadas de manera especial por las universidades. Hay que trabajar por convencer a los empresarios de la latencia de estos procesos; ellos, empeñados en resultados de corto plazo, suelen no ser los mejores aliados para perseverar en estos procesos que requieren paciencia y maduración.
La competitividad está emparentada con la calidad y ella se visibiliza, se mide y se cuantifica en los procesos, en la gestión y en los productos. Creo que las universidades pueden hacer esfuerzos muy importantes para fortalecer y darle sentido al binomio Universidad-Empresa desde sus infraestructuras de laboratorio.
Una agresiva política de acreditación y certificación de los laboratorios de prueba y ensayo podría alimentar nuestro andamiaje productivo, con factores diferenciadores que proyecten nuestra competitividad regional; aquí hay una gran oportunidad.
Las redes académicas son igualmente una posibilidad de compensar las debilidades; las ofertas de formación avanzada sobre un modelo de concurrencia en red, son efectivamente un camino viable; así lo hemos comprobado en Rudecolombia, doctorado en Ciencias de la Educación, que cumple 10 años en un ejercicio exitoso, pero que pudiera extenderse a otros dominios del conocimiento.
La cooperación internacional ha sido determinante para este ejercicio en red; sobretodo de los académicos y de las universidades españolas que reciben a nuestros estudiantes de doctorado en pasantías.
La investigación conjunta apoyada en redes es también un camino para lograr recursos y complementariedades; este es un camino que apenas estamos iniciando. Hay que propiciar la circulación de académicos y la concreción de alianzas para objetivos específicos.
No me cabe duda de que debemos tejer un nuevo esquema de relaciones entre aquellas universidades que no pertenecemos al club de los poderosos de hoy; si me permiten parodiar a Marx: los proletarios del mundo del conocimiento deben unirse.
Luis Enrique Arango Jiménez
Rector Universidad Tecnológica de Pereira
Presidente de Rudecolombia
Fecha de expedicion: 2006-07-20