Edgar Morín, el filósofo francés,  quien muy bien explica la teoría de la complejidad,  nos advierte sobre el principio de la incertidumbre. Es algo inherente a nuestras vidas, de ahí  que nos invite a prepararnos para ella. Definitivamente lo único cierto es lo incierto. Esto que a nivel individual  tenemos muy claro, también le ocurre a las instituciones,   a los países, en fin a toda forma de organización. Por eso se maneja  el riesgo como  un área de trabajo clave para el devenir humano.

Donde quizás la incertidumbre viene dándonos lecciones ejemplares es en  el campo político; quien pudo imaginar la primavera árabe, el movimiento de los indignados, la movilización estudiantil en Chile y en Colombia,  el soy 132 en  México, o la fallida reforma a la justicia en Colombia? Muy pocos para decir ninguno. En todos los eventos anteriores los medios de comunicación, las redes sociales y una inconformidad latente, que se ve permanentemente alimentada por los desafueros cometidos  desde lo público y desde lo privado, sirvieron de catalizadores.

Nos  formamos en los 70 cuando se pregonaba la inevitabilidad de la revolución socialista y se militaba en la creencia de que la revolución estaba  a la vuelta de la esquina.  Hoy 40 años después, podemos decir que estábamos totalmente equivocados. No hubo tal inevitabilidad del socialismo, aunque el capitalismo a secas  tampoco convence como solución. Nunca sabemos lo que está por venir; se habla de ciclos económicos,  de péndulos políticos, etc.  

Lo que si seguirá siendo válido de las creencias del ayer, sin duda alguna,  es el enorme poder de la movilización social por un lado y por el otro, con un nuevo  sentido, aquello de que con frecuencia las masas son superiores a  sus  dirigentes.

Impresionante como se desencadenan fenómenos de opinión impensables.Estuve fuera del país, siguiendo desde la distancia los sucesos a partir de la  aprobación de la reforma a la justicia en el Congreso;  un par de días antes de viajar me encontré con un parlamentario  en la sala VIP del aeropuerto en Bogotá,  había acabado de salir de la última sesión de la legislatura, eufórico como  muchos parlamentarios, creyendo  haberle cumplido al país, seguramente no muy conocedor de lo aprobado en el detalle. Eso de los pupitrazos ocurre de verdad. .  Qué lejos estaba de imaginar la tempestad por venir.

No voy a  soltarme en prosa para  reiterar lo evidente; ya ha habido suficiente opinión para llover sobre mojado; quiero más  bien atreverme a  decir que no me suena descabellado pensar en una solución extraordinaria.

Es indudable que en los últimos años lo que hemos visto es un enfrentamiento sistemático entre poderes en medio de una resistencia a los cambios. Lo  de la colaboración  armónica se ha quedado en la retórica. No vendrá siendo hora de una nueva Constitución que equilibre los poderes,  repiense la forma de generarlos,  y sobre todo la forma de controlarlos. Cada vez las sociedades serán más exigentes con el  Estado.

Luis Enrique Arango Jimenez