En los últimos años, de manera creciente, han hecho aparición  a nivel global  los rankings  que  listan las universidades de manera jerárquica; de más a menos,   induciendo a pensar que ese orden  tiene relación directa  con la calidad e importancia de las mismas. Los hay de toda naturaleza, aunque casi todos  se  apoyan en las fortalezas de investigación. 

No es  extraño que las universidades colombianas y latinoamericanas con  muy pocas excepciones no aparezcan siquiera en la lista de las primeras quinientas. Nos contentamos  con aparecer en las primeras 100 de  Latinoamérica, como un premio de consolación.

Las Conferencias Mundiales de Educación Superior de 1999 y 2008  han hecho visible la inconveniencia de homogenizar las instituciones sin tomar en consideración  las particularidades de las mismas y sobre todo los contextos y las necesidades en que ellas se desempeñan. De ahí que no es aceptable que el desempeño de las universidades se mida desde los referidos rankings con visiones totalizadoras que ocultan  los reales aportes y énfasis  que las universidades despliegan en su accionar cotidiano. No hay un solo modelo de universidad,  incluso, ni  referido a los mismos contextos. Pudiéramos decir  que los rankings obedecen a miradas parciales, incompletas y centradas en ideales ajenos a nuestras  propias realidades; para no decir  que a veces rayan en los intereses y se vuelven simples ganchos para reclutar  estudiantes.  Para nuestras universidades lo social  es un factor de excelencia que no puede evadirse y dudamos que en el corto plazo se considere como factor de  medición.

El mes pasado se realizó  un Encuentro  de Universidades  Latinoamericanas  y  del Caribe con expertos  en esta materia en la Universidad Autónoma de México, deliberando bajo el titulo: Las Universidades Latinoamericanas ante los rankings internacionales: Impacto, alcance y limites. Como producto  del  certamen se produjo una extensa y juiciosa  declaración con recomendaciones para todas las partes  que sugiero leer.

Solo anticipo que entre  muchas cosas  se aboga por construir sistemas transparentes de información  que  midan las universidades desde todas las dimensiones y que   permitan tanto a los tomadores  de decisiones como  a los usuarios disponer de elementos más objetivos  para juzgar el desempeño.

Más bien aprovecho el poco espacio que me queda para   referirme a las versiones locales de  rankeo  a partir de los resultados de la pruebas  Saber Pro, antiguos ECAES, que tuvieron alguna difusión en días recientes.

No  tiene  ningún sentido  revolver peras con olmos.  No se puede comparar una Institución con otra, donde se evaluaron programas diferentes.  Mucho menos se puede  mezclar el desempeño  dentro de una institución de unos programas con otros; para dar un  ejemplo; nada que ver medicina o ingenierías  con las licenciaturas en  educación.

Mucho  más diciente sería  valorar  el progreso  que  la acción de las instituciones  logra  hacer en los estudiantes tomando como línea de base las competencias medidas al ingreso  comparándolas con la salida.  Pero naturalmente sobre series históricas y no sobre medidas coyunturales.  Sacar conclusiones de cómo le fue a un grupo de estudiantes  de una promoción en un programa para juzgar una universidad es poco menos que un disparate. La siguiente promoción  puede cambiar como el día y la noche.

No estoy criticando los ejercicios de análisis de los resultados que son válidos; me refiero al uso que se hace de ellos para definir  rankings de universidades.

Luis Enrique Arango  Jimenez